Aunque cada vez que un cliente, por lo general de una empresa pequeña o mediana que quiere que la suya crezca y se plantea hacerlo (bien por él) a través de un cambio radical en la imagen contratando los servicios de uno o varios profesionales, aparecen los primeros encontronazos entre el diseñador y él. Y es que en realidad, al cliente le parece que el logotipo debe tener la mayor cantidad de colores y ser lo más complejo posible para que sea bonito. Al diseñador le parece que eso es jugársela y casi traicionar a los principios del diseño gráfico en el que lo simple se supone ser lo que mejor funciona.
Salvo contadas excepciones, basta echar un vistazo a los logotipos de las marcas que todos tenemos en mente para darse cuenta de que en realidad aquello de que barco grande ande o no ande, no funciona en el diseño gráfico y en el marketing de producto. Es más, de las grandes marcas a las que todos alabamos su estrategia, creo que la que usa un símbolo más complejo es Strabucks, y lo hace además con un diseño plano y con pocos colores, con lo que no lo es del todo.
Precisamente la experiencia y los resultados que han obtenido en el mercado las grandes marcas demuestran que es siempre mejor un logo plano que uno en tres dimensiones, porque el ojo humano se queda mejor con lo simple que con lo más complejo, y el fin último del logotipo, aunque parezca raro tener que explicarlo a cada cliente que se asoma a la puerta del estudio no es ni mucho menos gustarle al dueño de la marca, aunque también sería interesante, sino que el fin último de la identidad gráfica de cualquier marca, grande o pequeña es el de quedarse en la mente de los clientes y futuros clientes.
